"...No puedes ser neutral en un tren en movimiento. Eso es el mundo y ya se está moviendo en ciertas direcciones, muchas de ellas aterradoras. Los niños están hambrientos, la gente se está muriendo en las guerras. Ser neutral ante tal situación es colaborar con todo este drama..." Howard Zinn

lunes, 21 de noviembre de 2011

Cuando la amnistía es el camino

En los dos últimos años 20 grupos armados, además de ETA, han dejado las armas y 13 más se encuentran en fase de negociación según el programa de procesos de paz de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona. En cambio, y a diferencia del resto, sólo ETA figura en la lista de grupos terroristas de la Unión Europea.

Según un estudio realizado por esta misma escuela actualmente hay 1.129.000 personas participando en alguno de los diferentes programas de desarme, desmovilización y reintegración existentes en 20 países. De ellas, un 42% son miembros de Fuerzas Armadas que han iniciado una reducción de efectivos al finalizar un conflicto, un 37% pertenecían a milicias armadas, un 14% a guerrillas y un 6% a grupos paramilitares. Todas ellas culpables de agresiones, violaciones, secuestros y asesinato de millones de seres humanos en todo el planeta, hecho que no ha impedido el inicio de distintos procesos de reinserción social como única vía de solución del conflicto existente, financiados algunos de ellos por organismos como la Unión Europea o el Baco Mundial.

Dada cuenta entonces que el fin de la actividad armada de este tipo de grupos pasa por una negociación y un intercambio, no parece lógico no aplicar estas medidas con ETA en nuestro país. Y si además tenemos en cuenta que la propia organización no pide más contraprestación que la participación política de la izquierda abertzale y, como expone el documentos firmado por el Colectivo de Presos Políticos vascos (EPPK), el fin de la práctica de la dispersión de presos, la liberación de los activistas enfermos, la derogación de la doctrina Parot o la concesión de libertades provisionales a los que cumplan los requisitos legales, sería realmente contraproducente para el proceso de paz en el País Vasco no acceder a estas demandas.

ETA nace en 1.959 en un contexto político social de dictadura. En estos 52 años de conflictos sus exigencias han ido variando, siendo actualmente la cuestión del “derecho a decidir del pueblo vasco” la principal. Desde la restauración de la democracia han existido múltiples acciones, tanto del grupo armado como de los distintos gobiernos ejercientes, de acercamiento al diálogo entre las partes. Todas ellas infructuosas tanto por bloqueos estatales como por decisiones unilaterales de la banda de finalizar las treguas.  Pero en los últimos diez años se vive un giro radical en la historia del conflicto y la izquierda abertzale siendo un buen ejemplo propuestas como la de Anoeta en 2004 en la que se invita al Estado a tratar con ETA el tema de las armas y los presos y se deja otro espacio para que los actores políticos trataran sus temas sin interferencias. Sería injusto a día de hoy, y tras la declaración de autodisolución anunciada por la banda el pasado 20 de octubre, no tener en cuenta esta evolución,  los pasos dados hasta el momento, y las claras intenciones de orientarse a una única vía política para el logro de sus demandas, no tener todo esto en cuenta en el momento de valorar las peticiones de la banda.

El próximo 20 de noviembre hay elecciones estatales, y, si hacemos caso a las encuestas, el partido que más probabilidades tiene de ostentar el mandato es el PP, históricamente cercano a las víctimas y, en sus años de oposición, a una política de tolerancia cero y de bloqueo constante al diálogo. En sus manos estará el fin definitivo del conflicto si accede al intercambio  o si, por el contrario, opta a la fidelidad con la opinión de las víctimas de ETA y de una parte de la ciudadanía española que no contemplan, bajo ningún concepto, la posibilidad de una amnistía para los presos. 

sábado, 5 de noviembre de 2011

15J: El día de la discordia


El pasado 15 de junio miembros del movimiento 15M barcelonés  se concentraron a las puertas del Parlamento de Catalunya en un acto de protesta. El objetivo del mismo era el bloqueo de la sesión parlamentaria en la que se votaban los presupuestos y se aprobaba la controvertida Ley Ómnibus.

Ley en mano es incuestionable la ilegalidad del bloqueo de una votación parlamentaria, pero si valoramos su legitimidad el hecho no debería ser reprochable, sobre todo si tenemos en consideración que el objetivo de la ley en cuestión era la aprobación de unas medidas políticas dirigidas a recortar servicios sociales como la sanidad y la enseñanza.

Vivimos bajo un régimen de democracia representativa en la que la ciudadanía, de forma libre, elige cada 4 años a sus portavoces. Hasta aquí todo bien, pero si nos sumergimos en las reglas del juego electoral, la posibilidad de participación y la libertad del ciudadano queda en entredicho, especialmente si nos atenemos al sistema de listas cerradas y al hecho que los partidos elegidos no estén obligados a cumplir el programa propuesto en sus campañas. En este sentido ¿Qué capacidad legal y real tiene el pueblo de mostrar su disconformidad a sus representantes? Claramente limitada. Por el contrario, el gobierno sí tiene capacidad legal y real de consultar la opinión de los ciudadanos mediante formas legales como los referéndums. Sobre todo si se trata de aprobar leyes de tan alta repercusión social como la Ley Ómnibus así debería ser. No hacer uso de esta herramienta convierte un hecho legal en ilegítimo, y en consecuencia, actos de desobediencia civil como el del 15J en el Parlamento no se pueden considerar ilegítimos aunque sean ilegales.

Pero la verdadera controversia, en cuanto a la legitimidad o no de la protesta, aparece cuando hablamos de la violencia ejercida ese día por una parte de los asistentes. Es innegable que ésta existió y entendible que se rechace. Pero también en este punto debemos honestamente profundizar en la misma ya que las circunstancias que rodearon los actos de protesta, así como la difusión que se hizo a través de los medios de comunicación, han conducido a la criminalización de una sola parte de los implicados y de los que la ejercieron.
Aquí es donde deben entrar en consideración algunas cuestiones: ¿Es legítima la violencia policial por más legal que se considere? ¿No es violencia que hayan casi 5 millones de parados y que las medidas del gobierno sean los recortes sociales? ¿Deben los ciudadanos callar ante instituciones con las que no se sienten representados? ¿Hay que seguir sacralizando un sistema político obsoleto e infuncional como el nuestro sólo porqué se vivieron tiempos peores?

El debate sigue en la calle mientras la Audiencia Nacional inicia un proceso judicial contra algunos ciudadanos indignados con el sistema que, sin miedo a represalias, el 15J acudieron al Parlamento a decir nuevamente "No nos representan".